¿Fue un error histórico la elección de Madrid como capital?

Ascensión de un Montgolfier en Aranjuez (1784) - Antonio Carnicero
Ascensión de un Montglofier en Aranjuez (1784)

La construcción de los modernos estados territoriales requirió de una gran burocracia que era incompatible con la itinerancia característica de las cortes medievales. En el caso de España, Felipe II trasladó la corte a Madrid en la década de 1560 ,la cual desde entonces, salvo breves interrupciones, se convirtió en la capital de la monarquía hispánica. Para algunos autores Madrid no reunía las características adecuadas para convertirse en la capital de un Estado moderno: estaba alejada de vías navegables y por tanto del comercio, y además era poco accesible debido a su situación en un altiplano, haciendo que estuviera mal comunicada con el resto del país. Para César Molinas, la capitalidad de Madrid constituye una aberración geográfica fruto de la ocurrencia de Felipe II, que prefería el aislamiento y evitar cualquier competencia a su poder. La capitalidad de Barcelona, Lisboa o Sevilla, sobre todo de esta última, habría sido una decisión más lógica.

 

Calificar la decisión de Felipe II de ocurrencia es bastante atrevido, ya que existían varios motivos y muy fundados para elegir Madrid. La península ibérica tiene una traza poligonal, y Madrid y su entorno constituyen el punto interior equidistante. Los romanos ya lo vieron así: Complutum y Titulcia eran ciudades estratégicas de relevancia debido a la confluencia de dos itinerarios importantes: el que iba desde Emerita a Caesaraugusta, es decir, desde la vertiente atlántica a la mediterránea, y el que iba desde Asturica a Carthago Nova, desde la vertiente cantábrica a la mediterránea. La red romana se parecía mucho a la red de caminos del XVI y ésta a su vez se parecía a la actual. En segundo lugar, por potencial económico y demográfico tenía sentido elegir una ciudad castellana antes que Barcelona o Lisboa, esta última recientemente incorporada a la monarquía hispánica. Castilla tenía en el siglo XVI una población unas 5-6 veces mayor que la de la Corona de Aragón, y Madrid ya era una ciudad bastante poblada en esa época. Desde un punto de vista defensivo, Barcelona está demasiado cerca de Francia, y tanto ésta como Lisboa, como ciudades costeras, eran más difíciles de defender. Sevilla era una ciudad con mejor defensa, y además muy poblada y dinámica, pero su posición geográfica es excéntrica. Toledo era una ciudad importante de Castilla y sede de la corte de Carlos I, pero tenía demasiados nobles, un arzobispado poderoso y un clima más extremo.

 

Más interesante resulta plantearse si, aunque fuese una decisión lógica en ese momento, la capitalidad de Madrid constituye un error histórico en el largo plazo. Es decir, si la elección de 1561 generó un proceso de path dependence perjudicial para el desarrollo posterior del Estado español. Así lo cree Molinas, para quien un Madrid aislado de los flujos económicos y del comercio también se aisló de los flujos de innovación y de ideas, transformándose en una corte reaccionaria con una elite gobernante cerrada, oscura, contrarreformista. El autor extiende esta tesis hasta los siglos XX y XXI, en los que la capitalidad de Madrid contribuyó a forjar un capitalismo castizo” frente al capitalismo industrioso que se desarrolló, débilmente, en la periferia. Y concluye que si la capital hubiera sido Sevilla, la corte no habría sido tan reaccionaria y el eje mediterráneo se habría convertido probablemente en el eje del país (aquí olvida los problemas de navegabilidad del Gualdaquivir, que con sus limitaciones de calado acabaron por trasladar el tráfico americano a Cádiz).

 

La tesis es muy sugerente, pero nuevamente presenta bastantes problemas. Por un lado, porque presupone la presencia de una elite instalada en Madrid que se tornó reaccionaria, cuando en realidad lo que se produce en una capital es una confluencia de elites con intereses particulares. En este sentido, Madrid ha jugado históricamente un papel como moderador de esos intereses divergentes, provenientes del centro  y de la periferia. Como el papel que ha jugado Ottawa o Washington, ciudades creadas casi de nuevo cuño para hacer de capitales administrativas y que se ubicaron donde se ubicaron como solución de compromiso entre intereses contrapuestos. Por otro lado, es muy discutible el supuesto de que Madrid haya sido una ciudad reaccionaria, si lo analizamos en el largo plazo. Es cierto que en los siglos XVI y XVII las políticas estatales fueron bastante reaccionarias, pero olvidamos el contexto de tensiones religiosas (reforma luterana) y conflicto permanente en Europa (Guerra de los Treinta Años). En el siglo XVIII la ilustración caló hondo en Madrid y la monarquía fue permeable a las nuevas corrientes del reformismo ilustrado. En el siglo XIX, ¿no fue Madrid una ciudad liberal frente al carlismo reaccionario, que tenía fuerza precisamente en la periferia? Y respecto al siglo XX, ¿no fue Madrid abanderada universal de la resistencia frente a los fascismos, con el famoso no pasarán? En fin, nunca sabremos si la elección de otra capital hubiera sido mejor en otra localización, pero la teoría de que la capitalidad de Madrid haya producido esos efectos de path dependence parece difícil de sostener.